La Virgen María en el currículo educativo

Abstract

Hace aproximadamente unos diez años empezó a aparecer en los libros de religión el concepto de “secularismo” como una de las realidades sociológicas con las que debía contar el cristiano del siglo xx (ya xxi) y como uno de los fenómenos que habían cambiado radicalmente el entorno religioso y cultural de nuestra civilización occidental. Ya entonces esa desacralización de la sociedad en cualquiera de sus ámbitos (fuera artístico, moral, o simplemente de costumbres) era algo perfectamente evidente para cualquier observador medianamente profundo que –echando una ojeadita a su alrededor– comparara la cultura de los últimos veinte años con la propia de un pasado no excesivamente lejano. Hoy el grado de evidencia es tal que ni siquiera puede considerarse como un hecho a observar sino como una especie de mar en el que estamos sumergidos hasta el cuello. Lo que Heiddeger definiría como “la falta de Dios” o Bubber como “el eclipse de Dios” aplicándolo al campo de lo filosófico, ha desbordado cualquier sistema teórico o línea de pensamiento para invadir el espacio de lo cotidiano: el secularismo vive en la música, en los medios de comunicación, en los planes familiares, en la distribución del tiempo, en la forma de celebrar las fiestas, en los razonamientos... Y el secularismo se palpa –como desde una tribuna de excepción– en los centros educativos cristianos. Cierto que hay contenidos que no resulta excesivamente difícil abordar. Hablarle a cualquier adolescente de la solidaridad, del amor, de dar la vida por los amigos, de la lucha contra la injusticia, de la igualdad... no es del todo complicado. Pero entremos en otros aspectos como el perdón, la vida interior, el pecado, la iglesia o la virgen y notaremos de inmediato que la cosa cambia. Y precisamente del tratamiento que se da a la figura de la virgen en la educación tratamos hoy.