'Una corriente vivificante': la aportación del papa Juan Pablo II a la liturgia

Abstract

La elección del cardenal Wojtyla para la Sede de Pedro tuvo lugar el día 16 de octubre de 1978. No habían pasado todavía dos años desde esta elección, que el papa Juan Pablo II publicaba, para el Jueves Santo del año 1980, una larga carta –Dominicae coenae– dirigida a los obispos, en la que exponía, junto a unos puntos doctrinales de gran interés, algunas de sus preocupaciones sobre la celebración de la Eucaristía. Pedía a los obispos que se hicieran eco, ante sus presbiterios, de sus enseñanzas. En un determinado momento de la carta, hablando de la adoración eucarística que los obispos y los sacerdotes están llamados a realizar, el Papa dice que, cuando los sacerdotes manifiestan su amor y su respeto hacia la Eucaristía, se establece “una corriente vivificante que une nuestro sacerdocio ministerial o jerárquico con el sacerdocio común de los fieles y lo presenta en su dimensión vertical y con su valor central” (n. 2). Esta expresión de Juan Pablo II –“una corriente vivificante”– me parece definitoria de lo que ha representado el magisterio y el ejemplo de Juan Pablo II en relación con la vida litúrgica de la Iglesia, durante los largos y fructíferos años de su pontificado. Esto es lo que, sin ninguna dificultad, podemos probar en esta reseña, a través de los hechos y de la propia experiencia.